El silencio me tortura día a día tras la insoportable pared que rebota mis palabras cual eco en el vacío. Siento frío, frío húmedo que me envuelve y me nubla la vista, niebla que me impide ver cómo te alejas poco a poco de aquí. Siento entre los dedos los lazos que se van escurriendo, aunque apriete el puño para evitar que se escape, estos se disuelven como cenizas de un papel.
Me descubro revisando inconscientemente el buzón vacío de noticias, cuando sé que estas no van a llegar, sabiendo que no hay vuelta atrás, que no hay forma de resucitar el nexo que compartíamos. No hay más.
Aunque era consciente que todo estaba deteriorándose, que el rumbo era equivocado, que no parecía que las cosas fueran a funcionar, pero estaba dispuesto a seguir luchando… a seguir intentándolo. Probablemente mi intento de darle un giro al timón fue algo atrevido y sólo conseguí que todo acabara por desplomarse como un castillo de naipes al darle un golpe en la base. Todo por los suelos, y me he quedado solo recogiendo las piezas.
Hoy no tengo ganas de recomponer el momento, ni de buscar qué fue lo que pasó. Sólo acepto resignado que todo terminó, y cuando tenga fuerzas, retiraré la flor marchita que esperaba una oportunidad.