A 1600 metros sobre el nivel del mar

Aunque el puerto de Navacerrada se encuentra a 1880 metros sobre el nivel del mar, yo decidí parar  un poco más abajo… no por el vértigo, si no porque las vistas a esa altura me parecían más interesantes que lo que se puede ver desde las pistas de esquí (cerradas por estas fechas).

Además, el verde del bosque cerrado, la tranquilidad y el silencio que reina por aquellos paisajes es algo que me gusta disfrutar siempre que tengo la oportunidad.

Vienes en silencio, cual noche de invierno…

Vienes en silencio, cual noche de invierno… fría, oscura, callada. La vida ha vuelto a cruzar nuestros caminos y el encuentro sólo ha reabierto viejas heridas que nunca llegaron a cicatrizar. Las palabras dejaron de tener sentido, ninguno de los dos escuchábamos la lista de reproches enfundados en una conversación superficial. No lo entiendo, no entiendo la necesidad de este momento, no comprendo la razón por la que esta agonía  se está prolongando artificialmente.

Asumí hace días que todo se acabó. Escalé el muro de sentimientos que ensombrecía mi camino, escalé ese muro para reorientar mi rumbo. Ese rumbo me aleja definitivamente de ti y hoy no quiero plantearme otra posibilidad.

Fotografía de Lidi_a.

La tortura del silencio

El silencio me tortura día a día tras la insoportable pared que rebota mis palabras cual eco en el vacío. Siento frío, frío húmedo que me envuelve y me nubla la vista, niebla que me impide ver cómo te alejas poco a poco de aquí. Siento entre los dedos los lazos que se van escurriendo, aunque apriete el puño para evitar que se escape, estos se disuelven como  cenizas de un papel.

Me descubro revisando inconscientemente el buzón vacío de noticias, cuando sé que estas no van a llegar, sabiendo que no hay vuelta atrás, que no hay forma de resucitar el nexo que compartíamos. No hay más.

Aunque era consciente que todo estaba deteriorándose, que el rumbo era equivocado, que no parecía que las cosas fueran a funcionar, pero estaba dispuesto a seguir luchando… a seguir intentándolo. Probablemente mi intento de darle un giro al timón fue algo atrevido y sólo conseguí que todo acabara por desplomarse como un castillo de naipes al darle un golpe en la base. Todo por los suelos, y me he quedado solo recogiendo las piezas.

Hoy no tengo ganas de recomponer el momento, ni de buscar qué fue lo que pasó. Sólo acepto resignado que todo terminó, y cuando tenga fuerzas, retiraré la flor marchita que esperaba una oportunidad.

…y en ese momento, todo se convierte en silencio.

Varias veces os he confesado alguna de mis huidas del ruido de la ciudad. Es algo que de vez en cuando necesito. Hay pocas cosas que me pongan más irritable que el ruido constante, y no poder desconectar del ruido me crispa en exceso. Los gritos tampoco… y es una forma bastante común de comunicarse.

En esta sociedad no se valora el silencio; Incluso el solicitar que se reduzca el nivel de ruido suele estar mal visto (sobre todo cuando necesitas repetirlo varias veces), y aún así, no se suele conseguir. Pecando de autista, la única solución que he encontrado es aislarme del mundo exterior ayudado por música. Ya hace varios años que lo incorporé en la biblioteca de la universidad (muy baja y normalmente clásica), en la calle (a un volumen moderado, con música o radio hablada), y en el trabajo (lo que tenga en el ordenador, a un volumen bastante bajo).

No es la solución, porque básicamente tapo el ruido estridente con otro ruido menos «agresivo», pero hasta hoy no he conseguido encontrar otro método más eficaz.

Uno de las mejores sensaciones que me gusta reproducir es la de ponerme la música al salir de casa, ir al parque, a una zona tranquila y quitarme los cascos… y en ese momento, todo se convierte en silencio. Así me puedo pasar varios minutos… disfrutando del silencio.

autora de la fotografía gabriela stephanie.