Calor… mucho calor

Al menos se empieza a oir que en las próximas horas bajarán las temperaturas, que se agradecerá… porque el calor continuado de estos últimos días comienza a agobiarme. El tiempo libre que consigo rescatar de la rutina cada día me lo paso esquivando el sol y el calor abrasador que refleja el asfalto de la ciudad. Y no es que esta esté muy amigable en estos días, ya que aprovecha la temporada estival para lavar su cara, multiplicando las vallas de obras por toda la cuidad.

Algunos termómetros de la calle se vuelven completamente locos, marcando temperaturas irreales… como queriendo quejarse de que le hayan clavado al suelo en una acera al sol y en justa venganza asusta a los viandantes con sus amenazantes leds de color naranja.

Calor… hace mucho calor, pero en unos pocos días no creo que me importe mucho.

La cuidad está de vacaciones

Llevamos dos días de agosto y de momento la gran ciudad ha perdido una parte importante de habitantes. No es lo mismo que hace unos años, pero se encuentran muchos más sitios para aparcar, menos gente en la calle, algunos kioscos y panaderías cerrados…

Es un mes en el que la ciudad rebaja el ritmo… y ya que estaré por aquí en agosto, se agradece tener unas semanas un poco más relajadas.

Fotografía de Xanetia.

La luz de la noche

La noche ha invadido la ciudad, y la luna compite con la luz artificial que desprende la ciudad. Me encaramo al balcón para respirar, despejar la mente antes de finalizar el día.

Mañana será un día complicado, hay muchas cosas que hacer y muy poco tiempo disponible. Se hace duro ser observado, pero tengo la conciencia limpia.

La cuidad reposa tranquila, y ahora me voy a unir a su descanso. Mañana será otro día.

Fotografía de plakboek.

Jungla urbana

A veces me siento encerrado en medio de la jungla urbana… rodeado de una mole de cemento, vida artificial, saturado de gente con prisas, sin paciencia… sin tiempo.

La vida en una ciudad relativamente grande cambia la perspectiva del espacio y del tiempo. Es muy curioso. Entre toda la gente con la que la vida me ha cruzado, el punto común de toda la gente que procede de pueblos y ciudades más pequeñas que Madrid es que les asombra las distancias que hay que recorrer. Hace unos años tenía que invertir aproximadamente una hora y veinte minutos en llegar al puesto de trabajo. De vuelta a casa tardaba algo más, ya que la frecuencia del transporte público se reduce considerablemente. Era mucho, sí, pero tampoco era el que más tiempo se pasaba de «viaje» cada día. Los compañeros de trabajo que venían de otras ciudades se echaban las manos a la cabeza cuando se daban cuenta de todas las horas «perdidas» apretados en el metro, recorriendo pasillos en los transbordos, esperando al autobús…

También me hacía gracia cuando quedábamos en un sitio y nos teníamos que desplazar a otro. Alguno de los acostubrados a la ciudad decíamos algo como «…vamos a tal sitio, que está aquí al lado», que podía ser un paseo de 15 minutos… y no comprendían cómo teníamos esa perspectiva del espacio, que «aquí al lado» no podía ser más de un par de minutos.

En el fondo, tienen razón. No es calidad de vida el perder 3 horas de cada día en desplazamientos. Una gran ciudad tiene muchas ventajas: Tienes más facilidades de encontrar lo que quieras, más oportunidades en el terreno laboral y mucha variedad en el ocio. Por el contrario, el precio de todo, el tiempo que se pierde, las prisas, el estrés, el ruido, la contaminación.

Quizá el resumen parezca un poco catastrófico, y no es algo tan trágico. Madrid sin agobios (en agosto, por ejemplo) es una ciudad muy interesante. El problema principal es que todos «necesitamos» desplazarnos a la vez y lo que parece un buen sistema de transporte para la ciudad, resulta bastante ineficaz. ¿Cómo arreglarlo? No es simple, pero supongo que «diversificando horarios» en muchos trabajos, la típica hora punta se reduciría considerablemente.

… bueno, tampoco creo que vaya a arreglar el mundo ahora. 😀